Pedro, el Niño Oso

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Pedro, el Niño Oso
miércoles abril 30, 2025

Pedro, el Niño Oso

Cuentan en los Andes, en tiempos lejanos cuando los animales podían adoptar forma humana, que un joven de cabellos castaños como el sol al atardecer solía merodear cerca de una laguna que se encontraba en las faldas de las montañas, no muy lejos del pueblo. Su presencia era tan majestuosa que todos lo conocían, pero pocos se atrevían a acercarse a él.

Una tarde, mientras él descansaba junto al agua, una joven de largos cabellos oscuros como la noche se acercó. Cada vez que la muchacha pasaba cerca de la laguna, sus miradas se cruzaban. El joven y la jovencita se sintieron atraídos, como si el destino les hubiera tejido un lazo invisible.

Un día, sin pensarlo mucho, decidieron escapar juntos. El joven, con una sonrisa llena de misterio, llevó a la muchacha a una cueva que se encontraba en la cima de una de las montañas más altas, rodeada por un manto de nubes que casi tocaban la tierra. Al principio, la joven se sintió emocionada por la aventura, pero pronto la realidad la alcanzó. Los días pasaban y su único alimento era carne cruda, un manjar que, aunque al principio parecía exótico, pronto la llenó de desdicha.

Cansada de la soledad y del sacrificio, la joven le pidió al joven que bajaran al pueblo. Pero él, sin explicaciones, siempre respondía que no. A medida que el tiempo transcurría, la joven decidió escapar por su cuenta. Usó su largo cabello como cuerda para descender de la cueva y, con valentía, se adentró en el camino hacia la ciudad.

Cuando llegó al pueblo, la gente la recibió con sorpresa y alegría, pues muchos creían que había muerto. Tras un tiempo, la joven descubrió que esperaba un hijo, un niño que creció en su vientre con una fuerza inusitada. Cuando dio a luz, el niño fue tan grande y fuerte como un oso de las montañas.

Sin embargo, la joven, avergonzada por lo sucedido, nunca le contó a nadie sobre el joven con el que había escapado, y guardó su secreto en lo más profundo de su corazón. Solo le quedaba un amor incondicional por su hijo. Los años pasaron, y el niño creció con una fuerza descomunal. Nadie se atrevía a acercarse a él, pues sus brazos eran tan poderosos que un simple abrazo podía romper huesos. Nadie entendía su alma gentil, pero todos le temían.

A pesar de su hermosura, el niño nunca pudo hacer amigos. Los otros niños lo evitaban, y el director del colegio se negó a aceptarlo, temeroso de su fuerza. La gente del pueblo, asustada, decidió enviarlo a las montañas, pensando que allí encontraría su destino. Pero, para sorpresa de todos, regresó ileso, habiendo cazado muchos animales, y con las pieles de esos animales confeccionó su propia ropa, fuerte y duradera, como él.

Los pobladores, inquietos por su presencia, decidieron darle un regalo. Le ofrecieron unos zapatos grandes y pesados, hechos de metal, que solo él podía usar. «Con estos zapatos, podrás ir a donde desees, y tal vez encuentres amigos», le dijeron con una sonrisa que a él le pareció amable, pero en sus corazones no había más que alivio por verlo partir.

El joven, con el alma llena de ilusión, creyó que por fin había encontrado la aceptación que tanto anhelaba. Lleno de esperanza, emprendió su camino, sin saber que, en realidad, los habitantes del pueblo solo deseaban que se alejara para siempre. Cargó su mochila con alimentos que le prepararon, y con paso firme y fuerte, comenzó su travesía.

Una noche, mientras caminaba por el sendero, escuchó hablar a los pobladores de un pueblo vecino que estaba en apuros. El río que les daba vida había quedado bloqueado por un enorme derrumbe de piedras. El agua ya no llegaba, y la gente moría de sed. El joven, sintiendo una extraña conexión con los suyos, regresó al pueblo.

Al llegar, los aldeanos lo recibieron con júbilo, pues sabían que solo él tenía la fuerza para mover la gigantesca roca que tapaba el curso del río. El joven, sin dudarlo, se acercó al río y con un solo esfuerzo, levantó la piedra, despejando el paso del agua.

Desde ese día, ya no fue el niño temido ni el extraño. Fue Pedro, el joven fuerte y valiente, el héroe de su pueblo. Los aldeanos, agradecidos, lo aceptaron como uno de los suyos, y por fin, Pedro pudo hacer amigos, pues aprendió que, a veces, el mayor regalo que podemos ofrecer es nuestro corazón generoso.

Por: PTC Peru Titicaca & Connections

Moraleja: La verdadera fuerza no reside en el cuerpo, sino en la capacidad de transformar el miedo en amor y el aislamiento en solidaridad. Solo cuando aprendemos a dar sin esperar nada a cambio, encontramos el verdadero lugar al que pertenecemos.

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